domingo, 7 de febrero de 2010

ME GUSTA... NO ME GUSTA...

Me gusta despertarme con la radio y remolonear cinco minutos más en la cama antes de levantarme; sentir el agua de la ducha caer sobre mi cuerpo mientras dejo la mente en blanco; ver las caritas de sueño de los niños de camino al colegio y las desordenadas filas que forman antes de entrar en clase; cortar limones y picar cebolla, menta y perejil. También me gustan las caricias en la nuca, Johnny Depp, la vida londinense, las verbenas de las fiestas de los pueblos, el olor del café recién hecho, las tormentas de verano junto al mar, los zapatos de tacón alto que destrozan los pies pero qué bien quedan y la gente sin complejos. Me encantan las letras de Sabina, la voz de Aretha Franklin y las melodías de Los Beatles, las sorpresas, los que entregan su vida a los demás y los que te hacen ser mejor persona, los besos inesperados, las cenas con los amigos de siempre en las que compruebas que, por mucho que pase el tiempo, hay cosas que nunca cambian, las sardinas asadas y los percebes, las pelis de Woody Allen, las margaritas y las siestas en el campo en buena compañía. Me gusta escuchar los chistes de mi padre, aunque no me hagan gracia; pasear sin rumbo fijo por las calles de Madrid; hundir los pies en la arena mojada de la orilla del mar, mirar al infinito y darme cuenta de lo pequeñita que soy; quedar al menos una vez a la semana para ir de vinos y pinchos, cañas y tapas; soñar despierta, el rojo, el pan con mantequilla y azúcar; jugar por jugar, leer por las noches hasta que los párpados no pueden más que cerrarse y bailar hasta el amanecer. Shakespeare, García Márquez, Lorca, los cuentos de Julio Cortázar y los veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda; el mágico momento en el que se apagan las luces en el cine antes de que empiece la sesión; el sonido de la máquina de coser de mi madre y ¡su tortilla de patata!; recordar la luz de la cocina a través de la puerta de mi habitación cuando era pequeña y me daba miedo la oscuridad, y los miles de juegos con los que nos divertíamos mis hermanas, mi vecino y yo durante horas; y haber comprobado que el amor para toda la vida existe gracias a mis abuelos. Además, me apasiona comer chocolate, las mariposas en el estómago cuando estoy enamorada o a punto de embarcarme en una nueva aventura, tener la oportunidad de empezar de cero, reírme a carcajadas y estar segura de que, como diría Escarlata O’Hara, sin duda, mañana será otro día.

No me gusta llegar una mañana a la oficina y enterarme de que han despedido a una compañera a la que aprecio mucho; que el metro se pare de repente en medio de un túnel durante varios minutos y nadie explique el motivo; el café con leche en vaso de cristal, el término ‘follamigo’, el reggaetón, ni el color marrón. Tampoco me gustan las personas que son incapaces de ver más allá de su ombligo, los que miran por encima del hombro a los demás, los políticos en general y Esperanza Aguirre en particular, los que se creen en posesión de la verdad y los que defienden que el fin justifica los medios. Odio la canción ésa de Carlos Baute y Marta Sánchez en la que se envían fotos cenando en Marbella; las peluqueras a las que les encanta meter la tijera y no entienden que tú sólo quieres cortarte las puntas; que la tragedia se cebe casi siempre con los más débiles; que se dé más importancia al exterior de las personas que al interior; el sabor y el olor de la coliflor; ser hipocondríaca y no poder evitarlo, a pesar de intentarlo con todo mi empeño; las alturas y las puertas cerradas. Desde luego, no me gusta el estrés con el que vivo, ni la gente que te empuja para poder entrar en el vagón del tren, ni las cajeras de algunos supermercados que parece que te están perdonando la vida mientras te atienden, ni los taxistas que escuchan la COPE y te dan su opinión sobre todo sin que tú se la pidas, ni las calles que huelen a pis. Saber que he tenido un sueño fantástico, pero no acordarme de casi nada; tener los pies mojados y las manos frías; el agua con gas, la miel y la leche sola; las primas de mi madre que se ensañan con mis mofletes como si tuviera cuatro años; no decir ‘te quiero’ lo suficiente; los empresarios que aprovechan la crisis para reducir personal; los melocotones y ser déspota con quien menos se lo merece, también son algunas de las cosas que detesto. Eso sí, la lista no acaba ahí, porque tampoco me gusta el arroz con leche, ni el caos que se forma en Madrid cuando llueve (¡menudo drama!), ni la gente que no respeta al que es, vive o piensa de manera diferente, ni enfadarme por tonterías, ni encontrarme pelos en la ducha, ni escuchar los portazos de los vecinos, ni sentir que he dejado escapar demasiados trenes, que seguramente no volverán.

Lisa Rouge.


2 comentarios:

  1. Lisa, no somos almas gemelas por unas sardinas asadas.
    Me ha encantado.

    ResponderEliminar
  2. Pues yo también coincido en casi todo lo que no te gusta, aunque tengo frente a mí un café con leche en vaso de cristal :-)

    ResponderEliminar